La figura del toro como una manifestación marginal de lo sagrado
La imagen del toro tiene una larga tradición de ser asociada con creencias religiosas que comienza en la Mesopotamia y duran hasta nuestros días. No es mi propósito presentar un detalle tal historia, sino marcar unas breves referencias para rastrear los orígenes del toro como imagen relacionada en una manera u otra al concepto de lo sagrado.
En Asia Menor se hallaron dos géneros diferentes de toros: el toro salvaje que pasó a Babilonia y a Palestina, y el buey domesticado, propio de Asia Occidental. Entre los babilonios el toro simbolizó la fuerza y se consideró como un sinónimo del "héroe." Este es probablemente la razón por la que las imágenes de toros guardaron la entrada a templos, casas o jardines. Se creía protegían el lugar contra los espíritus malos. A la imagen del toro se le agregaron alas y, en el período asirio, se la representó con la adición de una cara humana. Los babilonios semíticos incluyeron al toro entre el shedim o espíritu, en parte beneficioso, en parte malo, que llenaba el aire. Entre sus creencias el toro de guardián se conoció también como kirubi y corresponde al cherubim que estaba de pie en la entrada del Jardín de Eden, protegiendo el camino al Árbol de Vida. Por la misma razón de simbolizar el héroe y la deidad protectora, en Israel se comparó a Jahweh con un toro salvaje (Nu 23.22, 24.8, etc.). Según el libro del Éxodo, un ternero dorado fue hecho por Aaron durante la ausencia de Moisés como una representación visible de Dios. Los israelitas pueden haber adorado al toro a partir de su cautiverio en Egipto, aunque los egipcios adoraban a la criatura viviente y no su imagen.
En el norte de Siria y en Irán, el toro era un animal sagrado asociado con Mithra, el dios supremo de una religión que más tarde llegó a ser popular por todas partes del Imperio Romano. Su culto sería el resultado del encuentro de una concepción doble del toro: como un guardián beneficioso y como un demonio malévolo. Mithra era una de tres deidades en Irán, siendo los otros dos Ahura Mazda y Anahita. Era esencialmente una divinidad de la luz, una entidad solar la cual, asociada con sus características solares, era adorada como un dios guerrero que protegía al ganado y proveía lluvia. El culto a Mithra se desarrolló fuera de Irán como Mitraísmo, una religión mística que creía en la vida del alma y en su ascensión por siete esferas planetarias. La religión se desarrolló en el Imperio Romano, como testimonia Plutarco en su Vida de Pompeya, alcanzando su máxima expansión hacia el tercer siglo. En el Imperio Mithra se representó como un matador de toros y su culto, bajo el nombre de Júpiter Dilichenus, llegó a Roma donde los monumentos lo representaron como una figura herguida de un toro con una doble hacha de batalla en una mano y con un rayo en la otra. Esotérico e iniciático por naturaleza, este culto era destinado sólo para unos pocos iniciados. El Mithraeum, una suerte de templo, sirvió como una lugar de reunión para los seguidores de la deidad. Era una réplica de una cueva donde Mithra capturó al toro místico y lo mató. El servicio era oficiado por una comunidad pequeña de seguidores, unas pocas docenas de personas, y culminaba en un banquete común consagrando la alianza entre el dios y el Sol.
El acto céntrico de Mithra era el sacrificio del toro primordial y tenía una función regeneradora: la muerte producía una vida más rica y más plena. El culto se adaptó muy fácilmente y se extendió rápidamente, a pesar de su naturaleza iniciática. Tuvo que hacer lugar a la Cristiandad cuando, en el cuarto siglo, se lo atacó a causa de ciertas similitudes litúrgicas y doctrinales entre el cristianismo y el mitraísmo, tales como el bautismo de sangre, que parecía un rito satánico para el cristiano, y el banquete, parodia diabólica de la Ultima Cena (1) . Como resultado se abandonaron los templos de Mithra y el culto decayó.
De todos modos sobrevivió en diferentes partes del Imperio en manifestaciones singulares del agon entre vida y muerte, siendo el más notorio la corrida como se practica en España. En la Península Ibérica, así como en Grecia, la figura del toro y la del caballo se usaron desde tiempos arcaicos en ceremonias de fertilidad y ritos de iniciación. Jarrones pintados muestran que una figura humana enmascarada como un toro o como una vaca ejecutando un acto ritual que sería el antecedente de la figura de la vaquilla hallada en la región de Soria. Disfraces de animales era bien conocidas en Castilla la Vieja y en el reino de León, llevados por grupos de hombres jóvenes, bebiendo vino tinto como si fuera la sangre de la vaquilla. Como criatura medio benévola, medio demoníaca relacionada con los cambios estacionales y con los rituales de iniciación, el toro y la vaca fueron censurados reprobado por la Iglesia Católica, como es evidente en los comentarios hechos acerca de ellos por concilios, sínodos, en sermones y en homilías. Uno de las noticias más tempranas de la censura de la Iglesia hacia el acto de llevar disfraces de toros son los comentarios de Pacianus, Obispo de Barcelona en 370 DC. Unos años más tarde, San Agustín (387-430 DC) dice en un sermón que quienes llevan la máscara animal deben ser castigados (Alford 19). En el séptimo siglo San Isidoro de Sevilla (636 DC) escribió que los paganos españoles, las personas simples de los campos, llevaban vestidos en la forma de bestias y ganado en las Calendas de enero, corriendo salvajemente por las calles. Todavía hallamos el ritual repetido en el año 923, esta vez en Canterbury, y de nuevo condenado por la Iglesia. Aún hoy día la práctica sobrevive en una escena diferente, en las calles de Pamplona, en el país Vasco.
Cuando los españoles vinieron a América, una de las cosas que trajeron con ellos fue el ganado. Toros y vacas se reprodujeron libremente y a voluntad en la región del Río de la Plata, y fueron introducidos además en la región andina. Allí, la población indígena asoció la figura del ganado, y sobre todo del toro, con el impulso imperial de España. Varias festividades religiosas tenían la imagen del toro como representante del invasor. Una de estas fiestas nativas, conocida como Yawar fiesta fue, y todavía es, celebrada en la provincia peruana de Paruro. En esta festividad el toro, representando a los españoles, lucha contra el cóndor, que simboliza a la población indígena Inca y su cultura. En esta fiesta se ata un cóndor real a la espalda de un toro que, luchando por horas, muere despacio tratando de deshacer de su antagonista. El toro es España y el cóndor, símbolo de los nativos, lucha contra él y lo vence. El truco, sin embargo, consiste en que la victoria es sólo posible por tener el pájaro sus garras zurcidas a las ancas del toro. Lo que la historia negó, el ritual celebra. Cuanta más sangre y matanza haya en el ritual, más exitosa será la fiesta. Hoy en día se ha prohibido el derramamiento de sangre pero todavía se celebra la festividad todavía en la región del Cuzco y un toro es todavía sacrificado, esta vez mediante el recurso de una corrida. La ceremonia del Yawar Fiesta se describe bellamente en la obra de José María Arguedas, donde se canta al toro por las personas de la comunidad nativa con palabras tales como
Ai toro, mi toro pequeño/ sangre entonces,/ muerte entonces/ toro, mi toro pequeño. . . Toro, mi toro pequeño, cómo debes agonizar/ cómo debes matar/ Toro, mi toro pequeño. (143-44)
Se usa la figura del toro hoy en fiestas populares organizadas durante el Carnaval, así como en formas marginales de culto cristiano durante Semana Santa, por ejemplo, en el Altiplano boliviano y peruano, especialmente alrededor de la región del Lago Titicaca.
En Bolivia la figura del toro retiene significados diferentes que en Perú. Mientras aquí el animal se sacrifica en una celebración popular, no tengo de conocimiento de un ritual sangriento que incluya al toro en Bolivia. El animal que se sacrifica en Bolivia es la llama que, desde los tiempos del Inca, es el centro de la economía y de la vida religiosa de las comunidades indígenas del altiplano. Como en Perú, el animal que simbolizaba a España es el toro pero esta vez, la celebración donde este simbolismo ocurre no tiene nada hacer con sangre sino de farsas y de caricatura. El la agrupación del Carnaval de Oruro conocida como "Comparsa de los Waka-Tokoris" por ejemplo, se burla de la corrida española mientras bailan en las calles durante las celebraciones del Carnaval que ocurren inmediatamente antes del principio de la Semana Santa cristiana. Ellos dramatizan la lucha contra el invasor usando ridículo en lugar de la sangre, siendo este último que el invasor conoció demasiado bien.
En las celebraciones del Carnaval que ocurren en la región del altiplano de Bolivia se presenta el toro en la forma de un juguete grande, con un cuerpo del cuero y una gran cabeza con cuernos, colgado alrededor de la cintura de una bailarina, quien sostiene el artefacto con su/ sus manos, y se mueve alrededor de las calles con ella. Usualmente un pedazo de tejido cubre las piernas de la persona, dando la impresión del cuerpo de un toro con dos cabezas, una animal y una humana, danzando a lo largo de las calles al sonido de la música. La bailarina es, generalmente, una mujer indígena, una chola quien, junto con su barrio o pueblo, se prepara para la celebración del Carnaval durante el año entero. Eventualmente ella introducirá eventualmente al grupo, genéricamente conocido como comparsa, a sus niños cuando nacen y crecen. Esta comparsa baila al sonido de una banda integrada por hombres vestidos con sus trajes más buenos, marchando al final del grupo y soplando sus trompetas, tubas y flautas por días y días. El Carnaval en Bolivia no es una tarea papa débiles, ya que la celebración se extiende por a lo menos seis días y noches durante los cuales los miembros de la comparsa, junto con quienes la mantienen, llamados padrinos, beben y bailan y juegan continuamente.
Habiendo tomado a parte de esas festividades, aunque como espectador, y habiendo disfrutado de esos días de celebración ininterrumpida de vida, llegué a interesarme en algunas instancias de la imaginería usada en la fiesta. Uno de ellos, la figura del toro usada no como un símbolo sangriento sino de una manera cómica, llegó a ser un tema de mi exploración visual de motivos bolivianos. Ahondé mi conocimiento intuitivo y rudimentario de la fiesta mediante varias visitas a Bolivia, sobre todo a la región del Lago Titicaca, y por conversaciones frecuentes con mi mentor José Ferrari. La colección sin par de juguete-toros que guardaba en su estudio me hicieron conocer no sólo sus connotaciones rituales, sino también sus formas y colores.
Humor es una forma marginal de crítica, a menudo llevada a cabo de boca en boca. Este género de humor, relacionado con en el toro boliviano y en la festividad donde se usa, tomó un espacio central en mi búsqueda visual de medios marginales de expresión. Además, el hecho de estar asociado con el ritual y con celebraciones populares, junto con el hecho que no se ha asimilado completamente por religiones organizadas, transformó al toro en un tópico interesante para mi trabajo visual.
Algunas de las imágenes que produje entonces muestran al toro mediante formas bastante elementales, como elemento referencial basado en el juguete. El uso de negro, blanco, y grises coloreados, así como la falta de colores fuertes y saturados, quieren ser medios exploratorios de una manera de expresión que, como su referente, es simple y limitado. Los límites son los creadores de significados, en el sentido que el lenguaje se basa en continuas ausencias y faltas; de manera parecida, mi búsqueda visual quiere concentrarse en presentar la mayor información posible mediante medios visuales marginales y limitados. Me interesa limitar el idioma visual de estas figuras y aún tener un significado reconocible a través de ellas. El toro es, en mi caso, una excelente instancia para meditar en temas relacionados con el sentido y la representación mediante el uso consciente de límites desde el momento que el tema mismo es limitado y es además marginal a los rituales religiosos y a las celebraciones institucionalizadas.
Desde los tiempos de los romanos la figura del toro ocupado un sitio cercano a la Cristiandad, a veces tan cercano que esta última debió prohibirlo, condenando su existencia y obligando al culto a desaparecer como a tal, sólo para reaparecer mediante el ritual de la corrida. Aún hoy el toro ahora como un juguete, ocupa un espacio marginal, en términos rituales y visuales, que puede ser fructíferamente explorado para examinar cuestiones relacionadas con la representación y la marginalidad.
Bibliografía
Alford, Violeta. El Caballo de la Afición y Otro Máscaras del Animal. Londres: El Merlin Aprieta, 1978.
Arguedas, José María. Yawar Fiesta. Austin: Universidad de Texas Aprieta, 1985.
Bataille, Georges. "Soliel [pourri]." Documentos 3 (1930): 173-174.
Eliade, Mircea. La Enciclopedia de Religión. Nueva York: Macmillan, 1986.
Hastings, James. Enciclopedia de Religión y Éticos. Nueva York: Los Hijos de Charles Scribner, 1918.
Steinmetz, Jean-Luc. "Bataille [mithriaque] del [le] ([sur] Histoire [l'oeil] del [de])." Ciencias del [des] de la revista Humaines. LXXVII 206 (1987): 169-186.
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[1]"Le culte mihtriaque du soleil aboutisssait à une practique religieuse tres répandue: on se mettait nu dans une sorte de fosse couverte d ' un clayonnage de bois sur lequel un pretre égorgeait le taureau; ainsi on recevait tout à coup une belle douche de sang chaud, accompagnée d'un bruit de lutte du taureau et de meuglements: simple moyen de recuellir moralement les bienfaits du soleil aveuglant." Bataille, Georges. "Soleil pourri." Documents 3 (1930): 173-174.
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